Hace poquito viví una de las experiencias, a nivel espiritual, más reveladora, emocionante y potente que pueda recordar. Tanto, tanto, que me ha dejado en una especie de letargo, del que sospecho, no voy a salir, hasta que mi alma cambie de vehículo, para seguir surcando el océano del Universo.
De verdad que no exagero. Y deseo compartirlo, pues puede ser que al leerlo, recuerdes y comprendas que tú, también estás allí.
 

 

Ojos cerrados, respiración pausada, cuerpo físico descansando. Mi cuerpo de luz toma las riendas y me sumerjo en el abrazo del Universo, cálido, protector… El amor en estado puro. Me abandono a este amor. 
Y entonces… ocurre.


Me encuentro en un espacio natural abierto, bajo un cielo estrellado. Estoy tumbada sobre una hierba fresca y perfecta, y me encuentro totalmente en paz, en comunión con todo lo que me rodea. Empiezo a observar a mi alrededor y comprendo que no estoy sola, a pesar de sentir lo contrario. En realidad no siento soledad, siento Unicidad, pertenencia al Todo, y ello hace que, al ver a mis otras partes tumbadas alrededor mío, me invada una alegría de niña, y empiece a brotar un torrente inagotable de amor, hacia todo lo que me rodea. 

Observo con alegría a todas esas partes. Algunas duermen, otras miran el cielo llenas de paz… se trata de un momento de plenitud, de existencia perfecta. Me doy cuenta de que la vibración de todas éstas almas es muy elevada. No hay dualidad, no existe el miedo. Lo único que se percibe es amor.

Ahora en el horizonte algo cambia. Aparece una luz, tímida al principio, que va captando la atención de todos. El cielo empieza a clarear y todas las almas que me rodean se van desperezando… La luz del horizonte se va haciendo cada vez más grande y brillante, y todas las partes que componemos ésta magnífica escena, nos incorporamos para presenciar el espectáculo. Y entonces comprendo, comprendemos, que la excitación que nace en nuestros corazones se debe a lo que está ocurriendo: Es el primer amanecer en la Nueva Tierra. Y estamos en él.
Siento amor, sólo amor hacia todo lo que veo. Miles de animales nos rodean, nos acompañan silenciosos, sabios.

Creo que no puedo ser más feliz. 

Pero entonces, giro la cabeza a mi derecha y… guau… me encuentro con sus ojos, los ojos de mi llama gemela con la que a lo largo de los siglos, he jugado al escondite. 


No tengo palabras para describir lo que siento. Sólo sé que no paro de repetir: «Eres tú, estás aquí»… y esta certeza le produce a mi alma el mayor de los descansos posibles, el más anhelado.
Y la auténtica aventura comienza ahí. De su mano. Recorriendo, recordando, abrazando árboles y animales, saltando, volando, creando formas hermosas y amando. 
Solo eso. Amando. 
Podrás pensar que todo fue un sueño o una fantasía de alguien muy esperanzado y soñador. Yo misma me cuestioné en las horas que siguieron a mi viaje. Tomar tierra después de un experiencia de éste tipo no es fácil. La 3D pesa mucho y la vida en ella también. 
Así que traté de conectar de nuevo con mi expléndida aventura. Y lo hice. Y comprobé que ahí seguía, igual a como la dejé.

Ahí sigue y me espera cada día.

 
He comprendido que el amanecer en la Nueva Tierra existe en un continuo del espacio-tiempo, mas allá de la realidad que experimentamos en el mundo físico. Y existe porque ya lo hemos creado; porque recordamos, nos reconocemos y abrazamos; leemos nuestros Registros Akáshicos, y creemos y confiamos. Existe porque el mundo, mágica e irrremediablemente, está despertando. 
Y hoy a tí, te doy las gracias. Porque tú, con tu maravillosa y perfecta unicidad, estás en él.